miércoles, 5 de diciembre de 2012

La hostia con la bici

Ayer iba yo tan tranquilamente por la calle con la bici (o no tan tranquilamente porque llegaba tarde a italiano, como siempre, y es posible que fuera un poco a-toda-leche) cuando no sé cómo me caí de la bici. Mentira. Sí que lo sé. Llovía. La calzada estaba mojada. La bici no frenaba. Por vía Tito Livio pasa el tranvía, con su correspondiente vía del tram... y recordemos que aunque ya soy capaz de llevar la bici sólo con una mano, yo soy de esas personas que antes de llegar a Padua no se habían subido a una bici desde la Primera Comunión. Así pues, así fue como se desarrollaron los hechos su señoría: yo iba en paralelo a las vías del tram y tenía que cruzarlas, como siempre, traté de cruzarlas en perpendicular (muy en perpendicular, que yo soy una miedica) para que la rueda no acabase dentro de la guía. Pero como el suelo estaba mojado, y también como yo tengo muy mala suerte, la rueda derrapó y sí, entró dentro de la vía, atascándose, frenando la bici en seco y haciéndome volar dos metros por encima en dirección al asfalto. La caída fue de película, con voltereta incluida y aterrizando a los pies de un chico guapísimo (que por el shock no me di cuenta que era guapísimo hasta que me lo dijeron) que me ayudó a incorporarme, levantó mi bici del suelo y  recogió mi maleta que había acabado más o menos en Tunte, mi gorro, que estaba en Moya, y el candado de la bici (que estaba a mis pies). Por fortuna, el dinero que mis padres invirtieron en las clases de judo cuando yo era pequeña fue un dinero bien invertido, porque si algo aprende una niña torpe en las lecciones de judo es a caer bien, y yo caí estupendamente de la bici. Nada de caer de cabeza, o con la espalda o de culo. Yo caí rodando sobre mi brazo/hombro y frenando con la rodilla mala (la rodilla mala siempre acaba mal).

Para más inri, dos metros más adelante estaba parada una pareja de policías que estaban empeñados en llamar a una ambulancia. Pero yo les convencí en mi italiano chapurrero de que lo único que me había dejado sobre el asfalto era la dignidad, un pedazo de pantalón y la piel de la rodilla, y me dejaron marchar recomendándome cariñosamente que fuera por calles donde no hubiera vías del tranvía. Ellos también pensaban que yo era muy torpe. Así pues, me subí de nuevo a mi bici, muy digna yo, y me fui al curso de italiano, con sangre en la pernera del pantalón y aguantándome la risa, porque sí, yo cuando me caigo me descojono muy mucho.

La moraleja de esta historia niños es: que me caí de la bici de una manera muy muy cómica y que ninguno de ustedes estaba ahí para reírse. Já.


PS: tranquilos, aún tengo todos los dientes (que es lo primero que me preguntó mi padre cuando le conté lo de la caída).

4 comentarios:

  1. Pobrecita :(
    Eres una mentirosilla, sabemos que usaste mucho la bici hace unos cuantos veranos, ¡JÁ!
    Me da la impresión que este curso te estás comprando muchos vaqueros...

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  2. ¡Qué le vamos a hacer si soy torpe! Jajajaja. ¡Y la bici estática no cuenta!

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  3. Otro recuerdo más pero esta vez en tu rodilla, para ser tan torpe has durado bastante...

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