jueves, 20 de diciembre de 2012

Cuando vi a un erasmus robando una bici y no, no era español


Kids, I’m gonna tell you… sobre esa vez en la que vi a un Erasmus-no-español robando una bici. Y lo voy a hacer, a pesar que sea una historia estúpida que no le importe a nadie, porque me aburro, porque me quedan todavía seis horas en este aeropuerto, y porque no hay manera humanamente posible de dormir sobre uno de estos malditos bancos.

Antes de entrar de lleno en los hechos, tengo que aclarar que el período Erasmus es un tiempo en el que la gente está obligada por ley a hacer estupideces y algunas de esas estupideces consisten en robar cosas: viajar sin pagar en la guagua, pequeños hurtos en el súper, robar bicis que invitan a ser robadas… pero, y sé que esto no extrañará a nadie, estas estupideces siempre las hacen españoles (yo no mamá, lo juro). Pero esta vez no.

Acabábamos de llegar mis dos internacionales amigas y yo de Venecia cuando ellas descubrieron, junto a sus bicis, aparcada una tercera que llamaba a gritos a ser robada. Jopé, es que iba provocando. Estaba encadenada por el cuerpo de la bici (o como sea que se llame) y no por la rueda y, en vez de estar atada a una valla o a una farola, el genio de su propietario la había unido a un pilón junto a la carretera, de tal manera que sólo levantando la bici podías montarte en ella e irte pedaleando.

Yo había ido a la estación esa mañana a pie: primero porque de vez en cuando me gusta pasear, y segundo porque ninguna persona o pseudo-persona con dos dedos de frente deja su bici un día entero aparcada cerca de la estación (ya de paso pon un cartel de “bici gratis” y tal), así que mis compañeras me invitaron amablemente a ahorrarme los veinte minutos a pie del retorno cogiendo esa bici. Sin embargo, yo me negué. Tengo menos agallas que un ratoncito y un resquicio de moral que aún no he logrado ahogar (aunque estoy en ello). A lo que mi compañera alemana (que se había gastado esa mañana en Venecia más dinero del que yo tenía casi para todo el mes) respondió con un: “pues vale,  mi bici está hecha una mierda, ya va siendo hora de que la cambie. Ve tú en la mía porque yo voy a coger esta”. ¡Y dicho y hecho oye! Ese metro y medio de alemana levantó la bici a pulso, se montó en ella y se alejó pedaleando diciendo que si se sentía culpable a lo mejor la devolvía… pero que tampoco creía que eso fuera muy posible que pasase. Y bueno, yo al final no tuve que volver a casa caminando.

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