lunes, 15 de octubre de 2012

Las bicicletas son para el verano

Hoy he descubierto que las bicicletas son para el verano, ¿por qué? Fácil: los frenos no funcionan bajo la lluvia. Y me temo que he tenido que descubrirlo de la manera mala: con una bonita colisión. Tranquilos, tanto yo como mi pitufo de hojalata (es así como he decidido bautizar a mi bici) estamos bien, y la otra bici con la que colisionamos también. No hay heridos más allá del orgullo.

Lo que realmente no me puedo creer es que haya superado tantos retos ciclísticos para que cuatro gotas de lluvia (o cuatro mil, hoy en Padua tocó el ensayo general para el segundo Diluvio Universal) me hagan fallar. Yo, que soy capaz de conducir de noche y con niebla, que me cambio de la calzada a la acera y de ahí al carril bici y vuelta a empezar sin pestañear, que ya he superado las agujetas, el conducir borracha como una cuba y el llevar toda la compra de un mes en la cestita (y bajo el brazo, que es una cestita no un camión de carga)... he impactado hoy con otra bici que se ha parado en seco a unos 5 metros de mí (joooo, carita triste). 

Encima, probablemente mañana me despierte muriendo de pulmonía, porque esto no haber montado en bici desde la Primera Comunión no me ayuda nada a ponerme al nivel de los padovanos, que son capaces de llevar la bici con una mano y usar la otra para hablar por teléfono, comerse un helado, sujetar un paraguas o sacarse un moco. Y sí, lo importante es la parte del paraguas, no la del moco.

Así que si bien cuando yo llegué a Padua me puse como reto del curso aprender a montar en bici y a hablar por el móvil a la vez (y sacar el año limpio, mami, eso también, prometido), ahora lo cambio por aprender a hacer que mi bici y mi paraguas se lleven bien, porque como me toque esperar a que vuelva a ser verano para poder usar la bici... mala inversión he hecho.


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