lunes, 1 de abril de 2013

Erasmus en diferido (23/mar): La estación

He hecho esta semana tantas veces el trayecto entre Padua y Milán, y el de Milán-Bérgamo que ya he memorizado los nombres de todos los pueblos en los que para el tren, me he aprendido cada matiz de verde de las afueras de Milán como me conozco cada tipo de azul de la laguna de Venecia, y ya me llama por mi nombre el chófer del autobús que va hacia el aeropuerto. Vale, esto todavía no, pero me falta un viaje o dos y lo hará. Fijo. 

También esta semana, para ser más precisos: hoy, me he permitido sentirme un poco como Tom Hanks en La Terminal. Sobre todo porque tuve que matar seis horas en la estación de Milán hasta que saliera mi tren y porque la lluvia torrencial y el frío de cojones de esa ciudad maldita me hacían muy difícil ir más allá de la cafetería o los andenes, vamos, casi peor que el rollo de los conflictos políticos de Hanks en su peli. 

Las primeras tres horas, como toda chavalina enganchada a la tecnología, las maté en el Svizzero (una cafetería-barra-sitio-de comida-rápida) en compañía de mi portátil y un capuchino que al cabo de un tiempo acabó convirtiéndose en un trozo de pizza y unas patatas (perdón papá por escribir "patatas"). ¿Razones por las que elegí el Svizzero por encima de las otras trescientas mil cafeterías que hay en la estación? Bueno, pues básicamente mis razones eran dos: WiFi abierto y conexiones eléctricas para los portátiles, ya que se supone que es un café-Internet. ¿La realidad? El WiFi no iba y la corriente de los enchufes estaba cortada (con lo que la batería duró tres horas y después murió. Pero al menos la falta de Internet como que me obligó a ponerme un poco con la escritura de mi novela casi abandonada). Además, el capuchino estaba aguado y la pizza sosa. Caca de sitio. Así que el sitio de caca ese: TOTALMENTE DESRECOMENDADO (me gusta inventarme palabras, ¿sabéis?). 

Cuando la batería de mi ordenador, que es un señor mayor, murió, es cuando me vino el momento"La Terminal" y es que me recorrí la estación de arriba a abajo como tres veces (que vale que es bonita, pero acaba cansando), pagué 1€ para ir al baño (porque es la única manera de hacer pis en ese sitio) y busqué en vano una sala de espera inexistente a menos que seas del Club VIP de Trenitalia, cosa que yo, como soy muy cutre, no soy. Al final acabé en el sitio más calentito que encontré, en la planta que hay debajo de los andenes, primero en el suelo y después en un banco de hierro incomodísimo (cuando por fin se liberó un asiento), leyendo una novela en italiano con la que llevo como tres meses y que parece que no se quiere terminar, y mirando cada cinco minutos el reloj a ver si el tiempo se aceleraba y mi tren salía ya de una maldita vez. 

Y eso, que yo estuve sólo seis horas y que en ese tiempo me dio mucha pena Tom Hanks que seguro que tuvo que pagar por ir al baño mogollón de veces y que soportaría durante semanas los piropos cochinos de los tíos feos que también esperaban el tren/avión. Bueno, ahora que lo pienso, a lo mejor esa parte no le pasó a él.


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