Como siempre lo mejor se deja para el final y eso también pasó con Venecia. No tiene nada que ver con que todos los demás días lloviera como si Dios buscara un nuevo Noé, no, ¡por favor! ¡Claro que no! Es sólo que Venecia tiene que ser el punto final de un gran viaje para dejar un buen sabor de boca gracias a los hálitos de magia que a veces le da por respirar.
Venecia nos recibió nublada y fría, y dejó que, pasando por
el Rialto, nos perdiéramos por sus calles (como es OBLIGATORIO) de camino a la
Plaza de San Marcos, que para ventura o desventura nuestra, según como se mire, estaba parcialmente inundada. Magia o fastidio, depende de cómo se vea, supongo. Los turistas japoneses a millares sí que eran fastidio y punto, sin lugar a dudas.
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Campanile di San Marco |
Después, ya con nuestra dosis de perdernos por Venecia cumplida, sacamos el mapa y fuimos sin titubear hacia
San Giovanni y San Paolo, Santa Maria della Salute, la Galería de la Academia,
San Rocco,
Santa Maria dei Frari, San Barnaba,
el Puente de los Puños,
el Ca’ d’Oro, el Ca’ Pesaro, el Ca’ Rezzonico, el gueto…
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Laguna de Venecia |
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Puentes y canales |
El viaje a Venecia, como no podía ser de otra forma, estuvo acompañado de una compra de máscaras, de un helado mientras la temperatura bailaba por los cero grados, de un viaje en góndola… Bueno, casi, cogimos el traghetto, la góndola de los pobres. Pero pudimos ver un canal plagado de ellas con sus gondoleros hablándose a voces, riendo y cantando. Vamos, lo dicho, magia veneciana.
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Venecia desde el traghetto |
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Un pedazo de cielo azul sobre una Venecia que estuvo todo el día nublada |
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La magia de Venecia |
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