Kids, I’m gonna tell you… sobre esa vez
en la que vi a un Erasmus-no-español robando una bici. Y lo voy a hacer, a
pesar que sea una historia estúpida que no le importe a nadie, porque me
aburro, porque me quedan todavía seis horas en este aeropuerto, y porque no hay
manera humanamente posible de dormir sobre uno de estos malditos bancos.
Antes de entrar de lleno en los
hechos, tengo que aclarar que el período Erasmus es un tiempo en el que la gente
está obligada por ley a hacer estupideces y algunas de esas estupideces consisten en
robar cosas: viajar sin pagar en la guagua, pequeños hurtos en el súper, robar
bicis que invitan a ser robadas… pero, y sé que esto no extrañará a nadie,
estas estupideces siempre las hacen españoles (yo no mamá, lo juro). Pero esta
vez no.
Acabábamos de llegar mis dos
internacionales amigas y yo de Venecia cuando ellas descubrieron, junto a sus
bicis, aparcada una tercera que llamaba a gritos a ser robada. Jopé, es que iba
provocando. Estaba encadenada por el cuerpo de la bici (o como sea que se
llame) y no por la rueda y, en vez de estar atada a una valla o a una farola,
el genio de su propietario la había unido a un pilón junto a la carretera, de tal
manera que sólo levantando la bici podías montarte en ella e irte pedaleando.
Yo había ido a la estación esa
mañana a pie: primero porque de vez en cuando me gusta pasear, y segundo porque
ninguna persona o pseudo-persona con dos dedos de frente deja su bici un día
entero aparcada cerca de la estación (ya de paso pon un cartel de “bici gratis”
y tal), así que mis compañeras me invitaron amablemente a ahorrarme los veinte
minutos a pie del retorno cogiendo esa bici. Sin embargo, yo me negué. Tengo
menos agallas que un ratoncito y un resquicio de moral que aún no he logrado
ahogar (aunque estoy en ello). A lo que mi compañera alemana (que se había
gastado esa mañana en Venecia más dinero del que yo tenía casi para todo el mes)
respondió con un: “pues vale, mi bici
está hecha una mierda, ya va siendo hora de que la cambie. Ve tú en la mía
porque yo voy a coger esta”. ¡Y dicho y hecho oye! Ese metro y medio de alemana
levantó la bici a pulso, se montó en ella y se alejó pedaleando diciendo que si
se sentía culpable a lo mejor la devolvía… pero que tampoco creía que eso fuera
muy posible que pasase. Y bueno, yo al final no tuve que volver a casa
caminando.
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